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21 enero 2013


Capítulo 35: La loción de la verdad



En la explanada el ruido de las gradas aturdía a Zanky. Sujetaba aún el cuerpo sin vida de Cedric, pero parecía que nadie lo había visto. La multitud comenzaba a vitorearle, las que más se oían eran Molly y Jana, que parecían competir por ver cuál de las dos animaba más a Zanky a grito pelado.

Enseguida fue Dumbledore, junto con el primer ministro, a recibir a Zanky dando aplausos:

-          ¡Bien hecho, Zanky! –dijo Dumbledore, dándole unas cariñosas palmaditas en la espalda y sin darse cuenta de que estaba pisando a Cedric.

-          ¡Lo sabía! Aposté por ti, acabo de ganar 100 galeones –comentó el ministro, pisando también a Cedric.

De pronto se oyó un grito, eran Jana y Jermayoni, que se habían acercado. Por fin alguien caía en la cuenta de que Cedric estaba muerto, o eso pensó Zanky.

-          Dio mio de mi vida, ¿qué é eso? –dijo Jana, señalando la cabeza de Zanky.

-          ¡Nos lo han pelao, Jana! ¡¡Nos lo han pelao!! –Jermayoni tenía un disgusto enorme, como cuando tuvo que sacrificar a su muñeca de porcelana para salvar su vida- No puede ser… Zanky, ¡tu estupendo pelo! ¿Quién ha sido tan malvado como para hacerte un trasquilón? ¿QUIÉN?

No muy lejos de ellas estaba Luna, que con una frasecita de su tenue voz captó enseguida la atención de todo el público:

-          Ahí ahí un muerto –dijo, señalando el cuerpo de Cedric.

-          Baaah, cosas del Torneo –comentó Dumbledore, quitándole importancia, pero se fijó detenidamente en la cara de Zanky-. Zanky, ¿todo bien? Te veo… no sé, como preocupado, ¿no estás contento de haber ganado el Torneo? –hizo una pausa, se acababa de quedar blanco- Merlín Santo. Tita no está aquí levantándote en brazos. Ha debido ocurrir algo muy gordo.

-          Sí –respondió Zanky, agotado- ¡Voldiport ha vuelto!

-          Está bien, Zanky –respondió Dumbledore, manteniendo la calma-, quédate aquí, no te muevas, voy a por mi bolso y me cuentas todo.

Dumbledore se fue haciendo paso con dificultad hacia las gradas mientras el ministro de magia tapaba el cuerpo de Cedric con serrín para los vómitos y consolaba a su padre, que tenía un gran disgusto por ver a Súper Cedric muerto.

Ojochungo se le acercó por detrás a Zanky, con su pata de palo y su parche en el ojo.

-          Ven conmigo, Zanky.

-          No… -se negó Zanky- Dumbledore me ha dicho que…

-          ¡Que vengas conmigo o te arranco la cabeza!

-          Vale, vale… si hablando se entiende la gente.

Ojochungo consiguió con gran esfuerzo separar a Zanky de sus fans y llevárselo al castillo, lo logró lanzando su camiseta lejos. No falló, todas las chicas y algunos chicos salieron disparados para atraparla como si de una reliquia se tratara, incluso se dieron golpes y empujones, la señora Weasley se encargó de poner orden y finalmente fue ella la que se quedó con la camiseta de Zanky.

No comentaron nada durante el trayecto, Zanky estaba demasiado cansado y sin camiseta, y a Ojochungo cada vez le costaba más caminar con esas patas de palo. Finalmente llegaron a su despacho y se sentaron el uno frente al otro.

-          Zanky, Zanky, Zanky… el niño que sobrevivió… dime… ¿qué ha pasado?

-          La copa era un traslador, nos llevó a Cedric y a mí a un cementerio muy chungo y… y… hicieron una poción… ¡Voldiport ha vuelto!

Ojochungo se relamía, seguro que acababa de comerse una magdalena, pensó Zanky.

-          ¿Y cómo era él? ¿Era guapo? ¿alto?

-          Pues… bastante deforme, la verdad, la poción salió mal.

-          ¡NO! –exclamó Ojochungo- Qué ineptos… y dime… ¿qué pasó con los mortífagos que acudieron? ¿Les dio una paliza?

-          ¡Que va! Aquello parecía un campamento infantil, menuda cena se metieron entre pecho y espalda…

Zanky cayó en un detalle que tenía que contar cuanto antes.

-          Por cierto, había un infiltrado en Hogwarts, alguien que amañó el Torneo para cumplir los planes de Voldiport. Creo que era Rambo, el canguro de Cascao, estaba en el cementerio, es un  mortífago.

Ojochungo comenzó a reírse a carcajada limpia.

-          ¿Ese? Ni siquiera tiene varita… no… maldita sea, no… ¡¡el infiltrado soy yo!!

Zanky se quedó alucinado, sólo pudo decir:

-          Anonadado me hallo.

-          Sí, fui yo –confirmó, viendo como Zanky todavía no terminaba de creérselo-. Fui yo quien amañó el Torneo, fui yo quien hechizó el Bombo de fuego, fui yo quien le sugirió a Tita que te enseñara los dinosaurios, fui yo quien le dijo a Cedric que te dijera cómo se abría la bellota, fui yo quien le propuse a Dobby que te diera branquialgas, fui yo quien le dio la idea a Tita de que te diera un pinganillo, y fui yo quien hechizó la copa traslador.

-          ¡Qué fuerte! –comentó Zanky, con la autoestima por los suelos- Vamos, que si no me hubiera esforzado nada también habría ganado. ¡Cuánto tiempo malgastado preparándome para las pruebas!

Ojochungo estaba realmente emocionado.

-          Mi amo estará orgulloso de mí, seguro que me premia. Y al resto de mortífagos… espero que los torture por no haber ido en su ayuda antes. Yo estaba en Azkaban, de modo que no he podido hacer nada hasta que me he encontrado libre. ¿Ha dicho algo el señor tenebroso de mí?

-          ¿De ti? Nada, estaba demasiado ocupado queriendo matarme.

-          Pues mi señor va a estar más orgulloso de mí, ¡porque voy a ser yo quien te mate! –Ojochungo se puso en pie, levantando su varita con cara de muy mala uva.

Pero alguien llamaba con cuidado en la puerta del despacho. Aquello bastó para que Ojochungo se detuviera un momento.

-          Perdón, Alastor, guapo, estoy buscando a Zanky, me preguntaba si tú… -era Dumbledore, y estaba viendo como Ojochungo apuntaba a Zanky con su varita- ¡Me cachis en la puñeta! –exclamó, y lanzó velozmente un hechizo aturdidor a Ojochungo, dejándolo KO en el suelo del despacho.

Dumbledore entró corriendo taconeando, junto a él iban el profesor Malfoy y el profesor Turno, jefe de Hufflepuff. Todos se quedaron flipando alrededor de Ojochungo.

-          ¿Está muerto? –preguntó Zanky, que todavía no acababa de creerse que hubieran intentado matarlo varias veces ese día, luego miraría su horóscopo en El Profeta a ver qué decía.

-          No –respondió Dumbledore-, sólo lo he sedado, pero enseguida despertará. No tenemos mucho tiempo. Turno –ordenó- quiero que vayas a Hogsmeade, en la cueva de la entrada al pueblo hay un perro salchicha, quiero que lo lleves a mi despacho, avisa también a Molly, que lleve algo de picar.

-          Pero…

-          ¡Que vayas a por el chucho te digo!

-          Vale, vale… -Turno se fue, pensando que al director se le había ido la cabeza completamente.

-          Y tú –dijo Dumbledore, señalando a Lucius Malfoy- Ve a por la Loción de la Verdad.

Lucius salió a toda prisa, y se quedaron solos Zanky y Dumbledore, con Ojochungo inconsciente en el suelo.

-          ¿Tienes frío? –preguntó Dumbledore- Angelico, estás sin camiseta… toma, ponte mi chaquetita.

Dumbledore le puso a Zanky su rebequita rosa de punto, ojalá nadie lo viera vestido con aquello.

-          Este no es el verdadero Ojochungo… -murmuró Dumbledore- él nunca sujeta la varita con la mano, lo hace con el garfio. De modo que… -agarró la petaca que siempre llevaba consigo Ojochungo y olió su contenido- lo que me temía. Es loción multichungos. Es un farsante. Me pregunto dónde estará el verdadero Ojochungo.

Se oyó un ruido procedente de un pequeño baúl que había junto al armario. Dumbledore lo abrió usando su varita. Resultó que el baúl era muy profundo, tanto como un pozo, y abajo había una persona, aunque no se podía saber quién porque estaba muy oscuro.

-          Es Ojochungo, huele a él –confirmó Dumbledore, tapándose la nariz con un pañuelito rosa de encaje-. Voy a bajar a por él.

El baúl-pozo tenía una escalerilla metálica para bajar y Dumbledore sólo había bajado tres peldaños cuando perdió el equilibrio y acabó estrellándose contra Ojochungo al fondo del pozo.

-          Ay, mi cadera –se quejaba Dumbledore- ¡Zanky, rescátanos!

Afortunadamente acababa de llegar Lucius con un frasquito rosa que parecía de perfume, lo dejó en la mesa y fue él el que sacó a Dumbledore y a Ojochungo. A éste último lo llevó a la enfermería, pues estaba desnutrido y pelón.

Dumbledore se sentó en un sillón, aún quejándose por el golpe en la cadera.

-          Tenía que haberme quitado los tacones para bajar, ay vaya golpe… ¡mi cadera!

Justo al regreso de Lucius el cuerpo del falso Ojochungo comenzó a convulsionarse, y en pocos segundos tenía el aspecto de otra persona con cara de chungo.

-          ¡Es Barty Crouch hijo! –dijeron Lucius y Dumbledore a la vez.

-          Qué guapo era de jovenzuelo –comentó el director- y qué mal lo han dejado las cervezas de mantequilla…

Esperaron a que recobrara el conocimiento. Zanky con la rebequita rosa de Dumbledore, Lucius lo miraba mal.

Finalmente Barty despertó, y se encontró atado y con la varita de Dumbledore apuntándole desde el sillón.

-          No te me resistas, que soy de hechizo fácil- advirtió-. Lucius, ¡la loción!

-          ¡No por favor! ¡La loción de la verdad no! Os lo ruego –suplicó Barty, asustado.

Lucius recogió el frasco de perfume rosa del escritorio del despacho y roció, desde lejos y tapándose la nariz, a Barty una vez con su contenido.

“Pish, pish”

Los gritos de Barty se oían por todo el castillo. Aquel aroma era terrible, tan dulzón que hacía vomitar, y tan pegajoso que se te clavaba en los pulmones y los quemaba. Zanky, que estaba a dos metros de Barty, hubiera dicho cualquier verdad para evitar aquella tortura perfumada.

Dumbledore, en cambio, parecía encantado con aquel dulce aroma.

-          ¡Hablaré, hablaré! ¡Os juro que os responderé a cualquier cosa! Pero más loción no, por favor –dijo Barty, tosiendo.

-          Buen chico –dijo Dumbledore, acariciándole el pelo como si fuera un perro- Habla, dinos cómo has conseguido escapar de Azkaban y engañarnos a todos.

Barty lanzó una mirada de odio a Dumbledore, tragó saliva y comenzó su relato:

-          Fue mi madre, no podía verme en Azkaban, así que se hizo pasar por mí en una visita y yo escapé disfrazado de ella, la peluca me sentaba bien pero el sujetador era incómodo… Ya en casa, mi padre me mantenía a base de Imperius, quería controlarme, asegurarse de que no volvía con los mortífagos, no se fiaba de mí. Me dejaba a cargo de una borracha elfina domestica, Winki. Pero en el mundial de Quidditch, escondido bajo una capa de invisibilidad, conseguí la varita de Zanky, me deshice del Imperius y dibujé la marca vomitosa en el cielo. Mi padre me pilló, obviamente, pero su Imperius era cada vez menos fuerte, ya me había adaptado a él, ya sabes… la dependencia, el mono… el Imperius ahora mismo me hace sólo cosquillas.

-          ¡Mira! -Comentó Zanky-  ¡como a Tita!

-          Al final fui yo quien lanzó un Imperius a mi padre –continuó Barty-, secuestramos a Berta y obtuvimos información sobre el Torneo de los 3 Pringaos, una forma fácil de llegar hasta Zanky, siguiendo los planes de mi señor. Mi padre comenzó a ser un problema, así que tuve que aniquilarlo.

-          Eso no está bien, señorito –le riñó Dumbledore, levantando el dedo- cuando estés en Azkaban quiero que escribas 100 veces “No mataré a mi padre”. Pero continúa, que esto se pone interesante.

-          Entrar en el castillo es fácil cuando tienes la apariencia de Ojochungo. Así conseguí encantar el Bombo de Fuego, y ayudar a Zanky a llegar hasta el final. El traslador, la copa, lo llevó al cementerio donde mi señor lo aguardaba, ¡¡y gracias a mí ha conseguido volver!! ¡¡MUAAJAJAJAJA!!

Todos en la sala se quedaron en silencio, preocupados, mientras Barty reía con maldad.

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